Más historia acerca de la Maratón

Heròdoto


Animados por ésta confirmación, un grupo de 45 corredores de 11 países organizaron un  año más tarde una carrera con el mismo recorrido. La llamaron Spartathlon; y desde 1983 se ha corrido con regularidad cada tres de septiembre. Se trata de una ruta ultra exigente de 245,3 kilómetros, que comienza en la Acrópolis ateniense, pasa por las ciudades de Corinto, Nemea, Lyrkia, Nestati y Tegea, y finaliza en Esparta. Allí, cada corredor que logra cruzar la meta recibe una corona de olivo, al igual que ocurría con los corredores en los juegos de la Antigüedad (más sobre los ultramaratones, ver capítulo 5).
Los 350 inscriptos que esta prueba tiene cada año demuestran que la hazaña de Filìpides narrada por Heròdoto era posible. Aunque el gran hemerodromo podría agregar un detalle a aquellos que quieran homenajearlo como corresponde: él hizo el trayecto tanto de ida como de vuelta.
¿Cómo fue, entonces, que una hazaña de casi 500 kilómetros se transformó en una carrera de 42, modesta en comparación?
La respuesta hay que empezar a buscarla en el siglo I d.C. Es el momento en que el historiador romano Plutarco menciona la carrera de un hombre enviado por Milcìades luego de la batalla de Maratón para comunicar la victoria a Atenas.
Pero, atento, Plutarco señala que el hemerodromo se llamaba Eucles.
Fue el escritor satírico Luciano de Samosata quien aseguró en tiempos del emperador romano Marco Aurelio, casi seis siglos después de la batalla de Maratón, que tanto el viaje desde Atenas a Esparta para pedir ayuda, como la carrera desde el lugar del enfrentamiento con los persas para dar aviso del triunfo, habían sido realizados por el mismo corredor: Filìpides. Fue este mismo autor quien agregó que, antes de morir, el mensajero lanzó su famosa frase “Alégrense…” Pero incluso en este caso, la historia es muy borrosa porque la vida del propio Luciano de Samosata es conocida a partir de fuentes de escasa veracidad. Todo enrevesado.
Lo cierto es que esta fue la historia que muchos pensadores europeos abrazaron a principios del siglo XIX y que gracias al espíritu filo helenístico de la época fue inspiración de obras que buscaban resaltar la heroicidad, el valor guerrero y la épica llamada “ cuna de la civilización occidental”, coronada por la hazaña atlética.
Los intelectuales románticos admiraban la idea de la tregua olímpica y destacaban la heroicidad de los Combatientes de Maratón, tal como lo destacaron los propios griegos durante siglos. Muchas de las obras que el comediógrafo Aristòfanes escribió medio siglo después de la batalla contra los persas tienen como protagonistas a personajes llamados maratonimachoi, en referencia a los hombres que formaron parte del heroico combate, y que eran considerados como el valor guerrero y grandes exponentes del espíritu libertario ateniense.

Más de 2.500 años después de Maratón, esa imagen heroica, sumada a la admiración por la transformación de las enemistades políticas en rivalidades deportivas, como sucedía durante los Juegos, sirvió de modelo a referentes del romanticismo europeo, como el poeta Lord Byron y el escritor Robert Browning.
Browning fue un dramaturgo inglés que se convertiría en influencia de escritores como T.S. Elliot o Gilbert Keith Chesterton, y en 1879 escribió un idilio llamado “Pheidippides”. Lo hizo a partir de datos históricos y de distintas versiones de la leyenda de la hazaña del hemerodromo griego. En su breve poema, el autor acepta la historia que indica que Filìpides corrió primero desde Atenas a Esparta, y luego, desde Maratón a Atenas para comunicar la victoria.
“Corre, Filìpides, corre y corre; ve a Esparta por ayuda…”, dice uno de los primeros versos. Y algunas líneas más abajo continúa: Entonces, cuando Persia fue polvo, todos gritaron: “¡A la Acrópolis! ¡Corre, Filìpides, una carrera más! ¡Tendrás tu recompensa!
Atenas se ha salvado gracias a Pan. ¡Ve y grítalo!”.
Arrojó él su escudo, corrió como un fuego una vez más, y toda la extensión entre el campo de hinojo, Y Atenas de nuevo fue rastrojos, un campo por el que corre el fuego, hasta que él anunció: “Alégrense, ganamos”. Como vino que se filtra en la arcilla, la felicidad que fluía por su sangre le hizo estallar el corazón: y murió.
Estos fueron los versos que conquistaron a quienes a fines del siglo XIX soñaron con crear una versión moderna de los Juegos Olímpicos. Y eso explica –en parte, como veremos- porqué la Maratón, la prueba madre de estos certámenes, fue diseñada con la arbitraria extensión de 42 kilómetros.
El peso que ganó en las últimas décadas la versión que señala a Filìpides como un ultramaratoniano no terminó con las dudas acerca de si estuvo o no en Maratón. Es decir, no existen pruebas que permitan determinar si, luego de comunicar la negativa espartana a intervenir en la lucha contra los persas, el corredor fue hasta el campo de batalla.
El historiador alemán Víctor Ehrenberg asegura que la idea de que un mismo corredor hubiera hecho ambos trayectos es una mera “invención romántica”. Y recuerda que no hay mención alguna a Heròdoto a la segunda carrera ni a la última frase del heraldo corredor, que incluso ha sido resumida como “Nike” (que en griego quiere decir “victoria” y no “zapatillas hechas en Asia en condiciones de esclavitud”).

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