En cuanto al sudor, por más que sea una agüita molesta y olorosa, no lo desprecien, permite regular nuestra respiración mejor; otros animales, en cambio, deben apelar al jadeo para mantener su calor corporal estable; nosotros no (en nosotros, el jadear es un recurso in extremis para aumentar la frecuencia respiratoria e incorporar una cuota extra de oxígeno).
La cuestión es que Lieberman había puesto a un cerdo (o a varios, posiblemente, ya que ni un chancho ni una golondrina hacen verano) a correr en una cinta para ver por qué corría tan mal, qué tenía, qué le faltaba. Lo cuenta Lieberman: “Un día el colega Bramble llegó al laboratorio, miró lo que estaba sucediendo (con el cerdo en la cinta), y declaró :”Lo que pasa es que ese cerdo no puede mantener la cabeza erguida”. Fue mi momento Eureka; había observado a los cerdos en las cintas durante cientos de horas y nunca había pensado en eso”. Ambos investigadores discutieron un rato acerca de cómo los cerdos balancean la cabeza hacia el lado en que corrían y cómo los humanos en cambio mantienes estables sus cabezas (en el sentido literal; no hablemos de la buena porción de insana que requiere poner a un cerdo a correr en una cinta y del absurdo que supone además cierta malicia casi sádica).
Como fuere, los ligamentos y otras delicias evolutivas que mantienen la cabeza erguida al corredor humano son una ventaja al prevenir caídas y lesiones. Y ahí, con esa gracia evolutiva que nos hizo corredores (nos “habría hecho corredores”, escribiría un periodista cauto, con más miedo de ir a tribunales que de contrariar a la lengua), comienza un círculo virtuoso: fuimos cazadores, tenemos acceso a carne y proteínas que aumentaron nuestro cerebro, que a su vez nos permitieron cazar más y mejor, construir herramientas…Y al rato llega Neil Armstrong a la luna, salta, clava la bandera; elipsis más, elipsis menos, con monolito, sin monolito.
Pero la cosa no se agota en la nuca; buena parte de nuestra constitución orgánica se la debemos a esta condición de las cavernas (que no fueron estrictamente cavernas, pero vale el lugar común), desde la nuca hasta los ligamentos de las piernas, y también brazos, que no son menos importantes que la biomecánica del correr, según anotó el propio Lieberman es ese estudio que se publicó en la tapa de Nature, en 2004. Y no se agotó en un par de circunstancias anatómicas, que pudieran haber sido eso, circunstancias. No, Lieberman y compañía anotaron algunas docenas. Decimos, por si alguien quiere ir a revisar por sí mismo y chequearlas una por una. Los tendones, los tendones. Los tendones de las piernas y de los pies. Los brazos, que se mueven colgantes para contrabalancear el movimiento, y grandes músculos que mantienen el cuerpo erguido (repetimos para fijar conceptos, como buenos profesores que irritan a los que dicen “sí, ya entendí, profe”).
Los animales no pueden jadear al galopar y se sobrecalientan: se puede encontrar un animal grande y perseguirlo hasta que colapse. “No se necesita tecnología para hacerlo, solo la habilidad de correr largas distancias, que todos nosotros tenemos”, siguió Lieberman. “Eso (todo eso) nos hizo corredores de distancia de un nivel superlativo, incluso comparados con perros y caballos”, se animó el investigador.
Cuando el cerebro le ganó al cuerpo corredor y fue más conveniente domar otras especies, se dejó de perseguir animales hasta que cayeran exhaustos (pero tal cosa implica agricultura y ganadería y en términos evolutivos no hace tanto de eso).
-La gente con dolores de espalda suele acusar de su dolor a la evolución, a que no estamos preparados para estar erguidos y caminar con dos piernas. ¿Es correcto?- le preguntó la periodista Claudia Dreifus de The New York Times.
-Si fuera cierto, la selección natural hubiera jugado su parte y estaríamos extinguidos. Lo que es más probable es que mucha gente permanezca sentada en sillas todo el día, que no haga ejercicios y eso provoque espaldas débiles. Lo que es seguro es que no evolucionamos para estar sentados en sillas las 24 horas.
Ya volveremos a encontrarnos con Lieberman, con el Doctor Lieberman (ver capítulo 8), porque, claro, también se ocupó de cómo es esto de que es mejor correr descalzos. Y no por casualidad: el propio Lieberman es, sí, un corredor impenitente.
Yo te desplazo
Hay numerosos ejemplos de personas que un día descubrieron que podían correr y arrancaron, sin pensarlo demasiado. Oficinistas, sedentarios de varias décadas que de repente despiertan del sueño del cuerpo sin razones y ya no dejan de mover el esqueleto, como adictos que encontraron su exacta dosis de morfina (y aquí no hay exageración ni parábola: es literalmente así, al menos desde el punto de vista cerebral, ya veremos).

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