Por qué corremos.



¿Por qué corrían los egipcios de los faraones y las pirámides? ¿Y los griegos de Platón y Aristóteles (que además caminaban peripatéticamente)?
Estudios históricos señalan que la práctica del deporte era algo habitual en el antiguo Egipto, en 3000 a.C. Y una de las disciplinas mencionadas, junto al boxeo, la lucha y los deportes acuáticos vinculados al río Nilo, era, cómo no, la carrera pedestre. Incluso los faraones, al cumplir 30 años en el trono, debían realizar pruebas de resistencia (mínimas, una vueltitas a la manzana, pero pruebas al fin) y carreras en una pista. La ceremonia ritual era conocida como “Fiesta del Jubileo”, y permitía que el amo revalidara simbólicamente sus títulos con una demostración de sus capacidades físicas, porque de eso, también consta el poder.
Pero del mismo modo los habitantes del reino corrían, aunque no tuvieran nada que refrendar, salvo su condición de seres vivos.
Para el historiador griego Heródoto, las fiestas deportivas egipcias fueron el germen de las helénicas, que bautizaron Juegos Olímpicos en referencia a aquel monte donde moraban dioses y que luego se convertiría en un club de Bahía Blanca y otro de Venado Tuerto.
En el Museo de Arqueología y Antropología de la Universidad de Pensilvania, por ejemplo, se exhibe un Lekytos, un tipo de jarrón cerámico para almacenar aceite de la antigua Grecia. Datado en 550 a.C., muestra a dos corredores y a otra persona, que podría ser un juez, a lo largo de un camino, que  podría ser una pista.
¿Cuál es el vínculo entre aquellas prácticas pedestres y el presente? ¿Qué tienen en común un corredor griego y alguien que corre los fines de semana o que participa en alguna de las miles de carreras populares que se disputan cada domingo en el mundo?
¿Por qué corría uno, y por qué lo hace el otro?
Según la UNESCO, “deporte” es aquella actividad específica “de competición, en la que se valora intensamente la práctica de ejercicios físicos con vista a la obtención, por parte del individuo, del perfeccionamiento de las posibilidades morfofuncionales y psíquicas concretadas en un récord, en la superación de sí mismo o de un adversario”.
¿Por eso corremos? ¿Por deporte, por lo que dicen los aburridos burócratas de la ONU?
Existen tantas causas como corredores ¿Existe alguna causa?
¿Qué buscáis?¿Qué os arrastra? ¿Qué locura? ¿Qué voz os llama? ¿Qué sirena invita? ¿Qué flechazo de vida os atraviesa?
Se lo ha preguntado el poeta del Mediterráneo español Juan Mollá sobre algunos deportistas, en un idioma que se parece al nuestro.
Qué se busca, si se busca algo; contra quién se corre, contra qué.
El hiperatleta italiano Marco Olmo cuenta en un documental sobre su vida que corre por la misma razón por la que Truman Capote escribía: para exorcizar sus demonios. Olmo  -apodado por el diario La Stampa como “El hombre que paró el tiempo”-   nació en 1948 y se pasó casi medio siglo metido en una grúa trabajando en canteras de cemento en el Piamonte. Pero un día, decidió lanzarse a correr, y no paró hasta ganar la asfixiante ultra maratón de montaña Mont Blanc, de 166 kilómetros con 9.400 metros de desnivel acumulado por entremedio de los Alpes.
“En la vida  -declaró Olmo-  soy un vencido. Nací pobre y pobre sigo. Corro para resarcirme. En estas largas carreras encontré esperanza, la forma de emanciparme y vengarme por una vida dura y pobre”.
Correr por venganza.
El finlandés Paavo Murmi corría en la década del 20 solo para romper cronómetros, en carreras solitarias porque no encontraba rivales. De paso, ganó 12 medallas olímpicas y estableció récords en distancias que iban desde los 1.500 metros hasta los 21 kilómetros.

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