Roger Bannister, el primer atleta en correr la milla (1,6 kilómetro) por debajo de los cuatro minutos, en 1954, decía que lo hacía en busca de la excelencia, guiado por el viejo concepto griego de la areté (el honor, la excelencia, la virtud o la persecución de la verdad, según sus múltiples definiciones), para poner a prueba sus propios límites, y no los de sus potenciales rivales.
Pero los griegos no corrían sólo por la virtud o el honor, la verdad, que miedo: lo hacían también para ser primeros, por las coronas de olivo de los ganadores y el estatus o reconocimiento que aquello podía reportar.
Y además, por las estatuas que erigían en su honor en sus respectivos pueblos en caso de vencer.
Wilam Rudolph, una de las mejores corredoras de todos los tiempos, en cambio, no pensó en estatuas cuando comenzó a correr para luchar contra su discapacidad. Nació en 1940 en una familia pobre en Tennessee, tuvo 21 hermanos (era la vigésima) y fue devorada de niña por la poliomielitis, como el brasileño Garrincha (uno de los más hábiles futbolistas de la historia). La superó y ganó dos medallas doradas individuales en Roma 1960 y una en la posta 4x100 metros. La llamaron “La gacela negra”. Era de una belleza estilizada sin igual.
Cualquiera, enfermo o sano, puede correr entonces.
El pluricampeòn de pruebas combinadas Olivier Bernhard dice que toda persona suficientemente aplicada puede incluso terminar un Ironman (hombre de hierro que no escucha la voz y hace los 3.800 metros de natación, los 180 kilómetros de bicicleta y de postre una maratón completita con sus 42 kilómetros y sus 195 metros); eso sí, hará falta un plan de entrenamiento de ocho horas semanales como mínimo.
“Correr es la forma más natural de movimiento, y por lo tanto podemos disfrutar mucho corriendo. ¿Se puede tener una sensación más bonita que la de estar corriendo libremente en la naturaleza sin llevar carga alguna?”, dice, a su turno, Ole Petersen en su libro Ironman.
Suena fácil. Pero ¿Es fácil correr? ¿Lo hacemos porque es fácil, o precisamente, porque no lo es? ¿Qué es lo que hace que un ultramaratoniano se levante a las 4 de la mañana para desayunar hidratos de carbono y luego tener tiempo para digerirlos cómodamente antes de salir a entrenar o competir? ¿Qué hace que un asalariado promedio llegue del trabajo agotado y decida completar el día con 45 minutos, una hora, dos quizás, de trote lento en un parque o en el gimnasio? ¿Qué necesidad? ¿Qué tienen en común (si es que tienen algo) aquel ultrafondista y este aficionado?
Cada vez más gente corre. Pero más allá de sus fundamentos biológicos y sus raíces helénicas o egipcias, o incluso prehistóricas, es un fenómeno nuevo tal y como lo conocemos.
La revista más conocida con información para fondistas apareció en 1966 con el nombre de Distance Running News, y luego fue rebautizada como Runner`s World. Se inició como un boletín de noticias y tardó más de diez años en alcanzar la masividad que tiene hoy.
Por estos días, se sabe, cualquier carrera popular agregada al calendario de cualquier país logra instalarse en cuestión de dos o tres años.
Correr es entonces, una vuelta a las raíces: está en nuestra naturaleza y estamos recuperando la práctica. Hipótesis.
Hal Higdon, maratoniano y escritor de Runner’s World, ubica a mediados de la década de 1970 el inicio de la gran afición (¿posmoderna?) por correr.
Para otros, la masividad real se alcanzó en la década de 1980, cuando las carreras populares que brotaban en los Estados Unidos se instalaron en países como Alemania, Holanda y España.
En Estados Unidos –el imperio de las estadísticas-, en 2011, concretaron una maratón más de medio millón de personas, 30 % más que en la última década, y casi millón y medio la media maratón; solo en la maratón de Nueva York fueron unas 40 mil y en algunos casos la registración ocupa todos los lugares y llega al sold out en tiempo récord como en los conciertos de rock: en Boston, en 8 horas, según informa Running USA (en esa ciudad de Massachusetts las mujeres pasaron del 10% al 41% desde 1980 a 2010).

En Argentina, la tendencia parece más reciente pero igualmente creciente: en la primera edición del maratón Adidas de Buenos Aires, en 1984, hubo 18 inscritos; en 1985, 149 corredores cruzaron la meta; en 2011, participaron más de 7.200 personas. Por las calles de la capital hubo 125 carreras solo ese año; en total participaron más de 150 mil personas.
Lo cierto es que en ningún otro período de la historia hubo en el mundo tanta gente corriendo como en la actualidad en números absolutos: millones y millones. ¿Responde esta tendencia a algún factor social? ¿Es correr una acción social, un fenómeno urbano; o es, como se cree, simple flagelación individual y voluntaria y no vale la pena darle vueltas al asunto, como descartaría más de uno que no sabe, no entiende, no quiere?

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