Dejo otra parte de éste libro que estoy leyendo. Por qué corremos.
Más ejemplos. En la primera maratón de Boston, en 1897, hubo 15
participantes. En 1959, menos de 200. Entonces, la inscripción era libre y
gratuita. En el siglo XXI esa carrera convoca a más de 20 mil corredores, pese
a que exige tiempos muy bajos para clasificar, lo que la convierte en la más
elitista de las pruebas populares. Los hombres de
entre 18 y 34 años que corrieron en 2012 debían contar previamente con un
tiempo demostrable de 3h 10m para los 42.195 metros. A eso hay que sumar otro
dato que puede espantar a más de uno: el costo es de 150 dólares para los
estadounidenses y de 200 para los extranjeros. Caro para ser mero masoquismo.
¿Cómo es, entonces, que correr se transforma en algo por lo que podemos
llegar a pagar? ¿Porqué alguien desembolsa 50, 100 o 200 dólares por dos, tres,
seis horas de sudor y esfuerzo físico y mental? Qué extraño negocio ese; dónde
estará la gracia…
Higdon señala en su best-seller, Marathon: the ultimate Guide, que lo que
hace este tipo de desafío sea atractivo es una combinación entre mito que se
esconde detrás de las carreras largas y las dudas de cada persona acerca de la
frontera fisiológica de su propio cuerpo. Y esto lo viven especialmente quienes
se embarcan en distancias que superan los 30 kilómetros, y ni hablar de
aquellos que encaran pruebas de más de 42. Aunque, desde ya, cada persona tiene
su propio objetivo y su propia frontera. Para Higdon, de todos modos, hay un
atractivo íntimo mucho más sencillo: el placer de sentir el viento en el pelo.
Una nueva hipótesis: lo hacemos entonces por placer. ¿A partir de qué
momento correr es placentero y cuándo deja de serlo, si es que lo es? ¿Es tan
placentero correr un par de vueltas al parque como terminar la maratón de Nueva
York? Y en ese sentido ¿Sueña cada corredor aficionado con ser un maratonista
mientras da vueltas al Rosedal de Palermo? Muchos corredores piensan que
completar un maratón debería sumarse a esa lista de supuestas obligaciones
humanas que incluye plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro.
“Muchos comienzan a correr sin pensar en competir, pero el impulso de
competir contra uno mismo y contra otros acaba por presentar un desafío que
muchos abrazan. Se convierte en un objetivo de por sí, una razón para seguir
corriendo, un medio para seguir corriendo, un medio para poner a prueba
nuestros límites físicos y mentales”. Así lo explica Bob Glover en su manual
The Runner’s Handbook.
¿Alcanza entonces con ese impulso para lanzarse a correr como Forrest Gump?
Muchos especialistas coinciden en que si se descarta la existencia de problemas
médicos serios, cualquiera puede correr, pero sucede que la mayoría de la gente
no encuentra motivo para hacerlo.
¿Cuál es la motivación que si encuentran quienes lo hacen, si es que puede
ponerse en palabras? Casi todos los entrenadores concuerdan en la motivación
más efectiva: ¿por qué no hacerlo, si estamos hechos para eso? No parece un
gran argumento y haría enrojecer a cualquier silogista; pero si no convence tal
vez pueda tocar alguna fibra y persuadir. Razones que la razón desconoce.
De cualquier modo, muchos manuales de corredores aclaran que el entusiasmo
inicial puede ser al mismo tiempo una trampa si no se avanza con cuidado:
querer saltar del sillón del living a la maratón de Berlìn –excepto que uno
esté genéticamente superdotado- es la mejor forma de convertirse en un ex
corredor demasiado pronto. Tiene que haber entonces una fórmula.
Muchos corredores suelen entusiasmarse durante las primeras semanas de
entrenamiento, pero cuando pasa el tiempo y advierten que no van a batir el récord
mundial en los 10 mil metros de los próximos Juegos Olímpicos, suelen tirar la
toalla. De todos modos, la mayoría de los aficionados se transforman en
corredores regulares y en muchos casos hacen avances en su estado de ánimo y en
su rendimiento; cosas que los sorprenden por igual.
Correr parece ser, más que una acción, un proceso. Correr 10 kilómetros en
una carrera popular o terminar un maratón es no solo los 50 minutos o las dos,
tres, cuatro o cinco horas que hay entre la largada y la llegada, sino también
las semanas o meses de preparación física y mental para esa prueba.
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